Periodismo, violencia, Calderón

A Catalina Noriega, Martha Anaya, Guadalupe Juárez, Humberto Musacchio, Jorge Meléndez, Carlos Ferreyra Carrasco, José Reveles, Alfonso Zarate Flores y Rubén Torres

A Gabriel García Márquez y sus exégetas se les llena la boca cuando hablan de nuevo periodismo. Eso no existe, porque dicha actividad no es una profesión, es un oficio; para aprenderlo éste ha de entrar en el cuerpo de quien lo ejerce, confundirse con él, adquirir dimensión humana.

De la misma manera que es imposible que los alebrijes sean copias fieles de ellos mismos, porque no se producen industrialmente, las notas informativas sobre un mismo suceso no solamente no pueden, no deben ser iguales, porque quienes observan el hecho e informan sobre él son diferentes, en todo, aunque coincidan en filiación política y religiosa, gusten de la misma música y coman en la misma cantina, o compartan amores.

Son las autoridades y las escuelas de comunicación las que pervierten el oficio, en una corrupción mucho más perversa y deformante que la dádiva, porque buscan la uniformidad de criterios, cuando precisamente lo que enriquece y forma la opinión pública es la diversidad. Pero la opinión pública es peligrosa, puede tumbar gobiernos, causar disminución de impuestos, imponer criterios judiciales; ninguna actividad que disminuya al poder puede ser tolerada. Por eso se crearon las oficinas de prensa; éstas concibieron los boletines, primero, luego el telefonazo, la línea y hasta la imposición de criterios bajo amenaza.

Todavía se recuerda entre viejos periodistas, en algunas redacciones y hasta en salas de prensa, la frase de Mauro Jiménez Lazcano, quien escaló hasta convertirse en subsecretario de información de Presidencia de la República. Una vez tirada la línea, con los labios pegados al micrófono del teléfono y voz meliflua recomendaba: “Ahí… como cosa tuya hermano… ya sabes”.

El boletín de prensa debe ser sustituido por la apertura informativa. El reportero tiene la obligación de investigar, y sus jefes tienen la responsabilidad de ayudarlo a abrir las puertas, facilitarle el acceso a la información cuando éste se cierra para ocultar matices, facetas del hecho, porque al día siguiente o diez años después, la verdad es expuesta.

El periodismo, como oficio, tiene un canon, similar al de la novela de enigmas, policiaca: qué, quién, cómo, cuándo, dónde. Es el responder a estas interrogantes lo que incomoda a los gobiernos, sobre todo cuando de políticas públicas no totalmente aceptadas por la sociedad se trata, pero también cuando el resultado de esas políticas públicas no es claro, afecta a la sociedad y causa daños colaterales insospechados; por ello el presidente Felipe Calderón promueve el establecimiento de uno o varios convenios que establezcan “criterios informativos” aceptados por todos, cuando de informar de la guerra presidencial contra el narcotráfico se trate.

Lo que el gobierno hace y promueve en materia de salud pública -de acuerdo al concepto acuñado por Louis Antoine de Saint-Just- necesita ser conocido por la sociedad, por la tan temida y deformada opinión pública, porque los resultados están a la vista, no pueden ocultarse: más de 30 mil muertos, más de 50 mil huérfanos, incontables viudas y padres que quedaron sin sustento por la muerte de sus hijos, cientos de municipios en poder del crimen organizado, 13 presidentes municipales, un candidato a gobernador y un ex gobernador asesinados, cientos de jóvenes ejecutados -a la manera de quienes pudieran haber diseñado un genocidio contra ese grupo-, negocios cerrados por la extorsión, y la inversión extranjera y nacional que disminuye, como decrece la confianza de los mexicanos en su gobierno. ¿Debe o no informarse de los sucesos cotidianos de la guerra contra el narco?

La narcoviolencia es un hecho incontrovertible, como también lo es que las autoridades se ven en la necesidad de escalar en la represión y, hay que decirlo, en la violación de los derechos humanos. Eso sucede en toda guerra. George W. Bush blindó la presencia de las tropas estadounidenses en Irak, pero “Julian Assange, fundador de la página WikiLeaks, defendió en Londres la publicación de cerca de 400.000 documentos hasta ahora secretos sobre la guerra de Irak. Esta segunda publicación masiva de archivos secretos permite acceder “al detalle íntimo de esa guerra desde la perspectiva de Estados Unidos”, y ha permitido saber que en ella murieron al menos 15.000 civiles más de lo que se creía hasta ahora”; como desde hace tres semanas nos muestran la verdad de los acuerdos entre Estados Unidos y Felipe Calderón.

¿Cómo deben comportarse entonces los reporteros y los dueños de los medios? ¿Existe un código de ética que los periodistas deban observar y cumplir a rajatabla? ¿Qué significa ser periodista en tiempos de crisis? Sólo una observación antes de proceder a la respuesta de las preguntas planteadas: las imágenes de los cuerpos de los marines transportados en bolsas negras, obligó a Richard Nixon a apresurar la paz en Vietnam. Estados Unidos perdió la guerra de manera deshonrosa.

El código de ética para periodistas propuesto por Camilo José Cela es adorno para una profesión, pero no define el comportamiento de un reportero, del jefe de información o el del dueño del medio, cuando el periodismo es cultivado y desempeñado como un oficio.

Si aceptamos esta premisa, el principal problema del periodismo como oficio es la condición humana de los periodistas, y es en este contexto que la ética periodística sólo puede considerarse como una vocación por la verdad. Esta es simple, pero afectada por las filias y las fobias del ser humano, y víctima de esas debilidades la verdad no es objetiva. El boletín aspiró a corregir ese hecho, pero después, casi de inmediato, se convirtió en imposición de criterios.

Ser periodista en medio de la guerra contra el narco exige pasión, honestidad y honradez. Esas tres características imprimirán en los diversos medios la diversidad de criterios honestos que crearán opinión pública.

Los dueños de los medios, los jefes de información y los reporteros, conscientes de que trabajan en un negocio, deben convertirse en aliados de la sociedad, de sus potenciales consumidores de información, pues ellos serán el sustento de su fuerza para opinar y corregir políticas públicas para beneficio de la población.

Lo demás son adornos, porque el periodismo es un oficio, no es una profesión. Sólo recuerden un aforismo de E. M. Cioram: “… huyo de mis testigos”. Eso es exactamente lo que somos los periodistas: testigos de oficio.

About gregorioortega

HUMBERTO MUSACCHIO Gregorio Ortega es de los pocos escritores mexicanos que han optado por la edición de internet. Primero publicó o subió la novela Febronio y sus fantasmas que en edición Kindle (https://goo.gl/q0mJyj) tiene un precio de 129 pesos con 98 centavos. Ahora acaba de poner en el espacio virtual, al mismo precio de la anterior, otras dos novelas: Sísifo, santo patrono de los periodistas. Narco, guerrilla y poder (https://goo.gl/QNo1aX) y La rebelión del obispo. Ni los vio ni los oyó (https://goo.glMmYZMv). La primera trata del sexenio de José López Portillo y la relación entre el gobierno y los orígenes del narcotráfico, en tanto que la última versa en torno al obispo Samuel Ruiz García, el subcomandante Marcos y Carlos Salinas de Gortari.
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