La Costumbre del Poder Gregorio Ortega Molina I 15/02/2013 ,12:00 am
Jorge Bustamante, fundador del Colegio de la Frontera Norte, explica en detalle las ventajas económicas de la migración ilegal, y las desventajas de legalizar, al menos, a 11 millones de ilegales.
El libre mercado primero, la globalización después, remodelaron las necesidades económicas de Estados Unidos, modificaron su estrategia de desarrollo ante los países que orbitan en la esfera de su seguridad regional y nacional, notoriamente el caso de México.
En ese contexto, la industria agroalimentaria estadounidense se daría un disparo en los pies si cabildea en favor de la ley migratoria, lo que implica que sus personeros, encargados de repartir millones de dólares entre sus representantes en el Congreso de esa nación, gastarán a manos llenas para desacreditar, en los medios y entre la sociedad, a los migrantes. Tienen tela suficiente de donde cortar, como para que los congresistas mediten antes de legalizar la permanencia de latinoamericanos que pueden estar familiar o financieramente relacionados con los peores grupos de la delincuencia, que hoy es transnacional y se mueve con desparpajo por los cinco continentes.
La implacable lógica de Tony Judt expresa, en Algo va mal, lo que debe ser la preocupación fundamental de quienes aspiran a verse beneficiados políticamente y en imagen, por una ley migratoria: “El razonamiento económico convencional -que si bien ha salido ostensiblemente malparado debido a su incapacidad para predecir o evitar el colapso bancario, no parece derrotado- describe el comportamiento humano en términos de elección racional. Todos somos, afirma, criaturas económicas. Perseguimos nuestros intereses (definidos como la maximización del beneficio económico) con una referencia mínima a criterios extraños tales como el altruismo, la abnegación, los gustos, los hábitos culturales o las metas colectivas…”
Ese comportamiento humano hace que la economía, como fin político o como política económica, resulte impredecible, de allí que, en seguimiento lógico al pensamiento de nuestro autor, puede deducirse que quienes diseñan los proyectos de gobierno y las restricciones a las que han de constreñirse las naciones menos desarrolladas, deben apoyar sus profecías económicas de la misma manera que lo hizo José Stalin para asegurar la confirmación de las suyas: en la ingeniería social, a través del desplazamiento de grupos humanos desechables.
Los migrantes ilegales, en la economía macro, sólo representan eso: mano de obra barata, ahorro en la educación del Estado, en los sistemas de salud y, además, la posibilidad de convertirlas -a esas poblaciones- en chivos expiatorios, de darse la necesidad y para evitar la presión social de los pobladores autóctonos.
Ante la imposibilidad de crear empleos, hay que culpar a quienes llegan de fuera para desposeer a los lugareños de esas fuentes de trabajo. Al aumento en los índices de criminalidad, al descenso del PIB, al crecimiento del número de consumidores de estupefacientes, hay que culpar a las subculturas que los inundan con basura y distrae el uso de sus recursos fiscales.
Los requerimientos de la economía obligan a dudar del éxito de una ley migratoria.