La costumbre del poder Gregorio Ortega Molina I 26/02/2013 ,12:00 am
Significativo lo que sucedió entre el rector José Narro Robles, los delincuentes adueñados de las instalaciones del CCH y el gobierno federal. Es copia fiel de lo que, durante 12 años, se permitió que sucediera entre los diferentes señores de la guerra que capitanean grupos de delincuencia organizada y los gobiernos panistas: la disputa es por el territorio y su economía, ajena al poder político, hoy menguante.
Narro Robles tuvo la oportunidad de trascenderse a él mismo y transformar el cometido de la universidad y la idea de autonomía, pues ambos deben conceptuarse de manera distinta y de acuerdo a las exigencias de la época: permitió que los encapuchados se colocaran por encima del orden, de la ley y la autoridad, e impusieron criterios académicos y vacíos de poder administrativo, para continuar con el negocio del narcomenudeo.
Autonomía no es extraterritorialidad, tampoco garantía de impunidad ni patente de corso. Su conceptualización es académica, ética, moral. Tiene más que ver con una necesidad de enseñar y una humildad al aprender, más con un estilo de vida, con un comportamiento que sea ejemplo para la sociedad que, con sus impuestos, mantiene a la Universidad Nacional Autónoma de México.
Ese mismo estilo de vida, ese comportamiento es lo que está en juego a nivel nacional, y la manera en que Narro Robles decidió resolver el conflicto en los CCH incidirá en el comportamiento de la sociedad y la respuesta que ésta dé al llamado de EPN, presidente constitucional, para involucrarla en los sistemas de prevención del delito.
El llamado presidencial es claro, se trata de un regreso a los conceptos básicos de orden, educación, instrucción, democracia y progreso social y económico. La prevención del delito, sobre todo del que se manifiesta con la violencia del narcotráfico y sus derivaciones, necesariamente pasa por la educación: la del hogar, y por la instrucción: la de las escuelas e instituciones de educación superior.
La UNAM es emblema y faro de México. Lo que en ella suceda lo padecen sus habitantes, hayan o no cursado sus estudios superiores en instituciones privadas.
Pero, además, habrá que revisar, desde el punto de vista de la información y el compromiso político y social, el uso de máscaras. María Zambrano trata bien el tema en Persona y democracia. La usa para cubrirse quien va a cometer o ya cometió un crimen. Usarla, permite al personaje público vivir en la esquizofrenia que le facilita separar su vida privada de la toma de decisiones que modifican, para bien y para mal, las vidas de millones de mexicanos.
Este fue el nivel del dilema, definir quién manda, porque si la autoridad se hubiese impuesto, con razón y con justicia, en el campus universitario, ocurriría lo mismo a nivel federal por sobre la delincuencia organizada y los poderes fácticos, atrás del caos que convenientemente atizan para ellos mangonear.
Sólo es una secuela de lo ocurrido en las normales rurales de Guerrero y Michoacán, donde los patos derrotaron a las escopetas.