La Costumbre del Poder Gregorio Ortega Molina I 29/07/2013 ,12:00 am
La mayoría de los empresarios en todo el mundo son hipócritamente corruptores y sustancialmente ávidos, codiciosos por naturaleza. Llevan la avaricia, como esperan que la máscara usada por cada uno de ellos se ajuste al rostro, para engañar.
Podría decirse que aquí tienen características propias. Por norma culpan al funcionario público de corruptor, sin detenerse a pensar que son ellos, en la prisa por recuperar su inversión, los que corrompen, por ello llama la atención que el 60 por ciento de los empresarios mexicanos considere que los actos de corrupción y soborno se han convertido en una actividad común. Lo informa la 12 Encuesta Global de Fraude, presentada por Ernst & Young en México.
El socio director del área de Investigación de Fraude y Apoyo de Litigios de esa empresa, José Claudio Treviño, señaló que aunque se trata de una cifra alta, es ligeramente menor al promedio latinoamericano, que fue del 68 por ciento, aunque mayor al global de 39 por ciento, en la encuesta que incluyó mil 760 empresas en 43 países, de las cuales 50 fueron mexicanas.
Nos enteran también que el 38 por ciento de los empresarios encuestados en México, considera una práctica común el soborno para obtener contratos, porcentaje mayor que los encuestados en Latinoamérica que es de 21 por ciento, y significativamente mayor a Norteamérica, que es de cinco por ciento.
El cinismo es condición humana, pero el de los empresarios es llevado a cotas extraordinarias. Para avalar el aserto recomiendo leer Las intermitencias de la muerte, donde José Saramago expone el sinnúmero de problemas insolubles a los que se enfrentaría la humanidad si la muerte dejase de cumplir con su obligación.
Todo dejaría de funcionar, le fe se resquebrajaría y los templos de diferentes denominaciones quedarían vacíos; los hospitales saturados, porque los enfermos terminales se niegan a morir; los confesionarios mudos, sin secretos para compartir; los corrimientos en las clases sociales, los relevos generacionales, en la administración pública, en la iniciativa privada, todo congelado, porque la muerte está en huelga.
¿Qué ocurriría con los trámites administrativos, con las inversiones, con la producción, si los funcionarios públicos evitaran la corrupción ofertada por los interesados en resolver los problemas de su riqueza?
Y si fuese a la inversa, si ante cada intento de sonsacarles una mordida, los empresarios detuviesen todo trámite administrativo y legal. ¿Lo aguantarían ellos? Son los barones del dinero los que compran voluntades, quienes hacen mancuerna con esos políticos corruptos que, a su vez, desean ser parte de la IP, lo ansían, como antes se anhelaban los títulos nobiliarios.
No debe extrañarnos, entonces, que la encuesta indique que el 44 por ciento considera que se ha incrementado el riesgo de soborno y corrupción, debido a la crisis económica, porcentaje que resultó significativamente mayor que sus contrapartes tanto en Latinoamérica, que fue de 25 por ciento, como en Norteamérica, que fue de nueve por ciento.
¿Qué pasaría si la corrupción se interrumpiera? ¿Se detendría la actividad económica? ¿Serían los empresarios capaces de denunciarla? ¿Estarían, los funcionarios públicos, dispuesto a no extender la mano? El mundo se detendría.