LA COSTUMBRE DEL PODER
Gregorio Ortega Molina 18 jul 2014 – 00:13 CET
Con jiribilla, Francisco Garfias abre su columna del viernes 4 de julio último con una apuesta a ciegas -ya con mala leche la ratifica el sábado anterior-: “Margarita Luna Ramos quiere ser la primera mujer en presidir la SCJ. Acabar con ese Club de Tobi que, desde su fundación, ha sido el máximo tribunal. Va a buscar la sucesión de Juan Silva Meza. “No me disgustaría”, admite, con una sonrisa.
“Muchos se van a sorprender con lo arriba escrito. En la Corte han hecho correr la versión de que Luna Ramos no quería el lugar de Silva Meza, quien ya cumplió su periodo como presidente. El primero de enero del año próximo entra el relevo.
“La equidad de género juega en su favor. Nunca ha habido una ministra presidenta de la SCJN. Es más, en toda su historia sólo diez mujeres han formado parte de la Corte.
“Sabemos que Luna Ramos ya cabildeó el tema con el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong. La ministra le planteó la necesidad de realizar una profunda reforma del Poder Judicial. Tiene la mira puesta, sobre todo, en el Consejo de la Judicatura, donde abundan improvisados y no hay una sola mujer”.
Su argumentación es incompleta y sesgada, porque Garfias sabe que mientras Alejandro Luna Ramos presida el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, su hermana Margarita no podrá aspirar a la presidencia de la SCJ.
La segunda parte es de preocupar más, porque la sola mención, la sugerencia de que puede ser cierto, sólo pudo surgir de la torcida mente de Sergio Armando Valls, ministro que se aferra con uñas y dientes a la posibilidad de ser el sucesor de Juan Silva Meza, cuando nunca quedaron despejadas las dudas de posibles nexos del narco con uno de sus ex empleados.
Me refiero al dicho de Garfias de que Margarita ya cabildeó la posibilidad de ascender con Miguel Ángel Osorio Chong, lo que de ser verdad, además de implicar borrón y cuenta nueva en la reforma de 1995 del Poder Judicial de la Federación, significaría que la SCJ regresa a la época de la obsecuencia y la sumisión, y todo debido a que una mujer se apunta para ser presidenta de la Corte.
Es un razonamiento misógino, sexista, que únicamente pudo ser bisbiseado de los labios de Sergio Valls al oído de Francisco Garfias, para dar al traste con la equidad de género en el Poder Judicial de la Federación, y apuntalar a un ministro de dudosa reputación a presidirla.
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