LA COSTUMBRE DEL PODER
Gregorio Ortega Molina/
Pensar en la tortura como un asunto de verdugo y víctima, cuyo resultado puede ser desde el dolor hasta la muerte, o la sustracción de hijos o, peor, victimizar al sujeto -objetivo del poder- mediante la tortura presencial de su hijo, su esposa, su madre, es simplificar el tema.
Así como la corrupción no es necesariamente pecuniaria, la tortura tampoco es exclusivamente física, con ese dolor que quiebra la voluntad y obliga a aceptar la humillación como un remanso, como un aleph a través del cual se vislumbra la esperanza, se alcanza a ver una luz que anuncia la sobrevivencia desde el lado oscuro del ser, que permanecerá quebrado y en silencio -a menos de ser como Primo Levi-, hasta que la muerte lo redima del horror, de la culpa de haber sobrevivido a un precio muy alto.
A la tortura debiera seguir la muerte, pues es mentira que se regresa para estar vivo.
Lo anterior viene a cuento porque, hace dos semanas, Amnistía Internacional presentó su informe sobre Tortura y otros malos tratos en México; en el evento Rupert Knox urgió al gobierno mexicano a tomar las medidas necesarias para poner fin al uso “persistente y generalizado” de esta práctica violatoria de los derechos humanos en que incurren policías y elementos de las fuerzas armadas.
La víctima de tortura nunca recupera la salud ni se sobrepone a sus miedos. Recuerdo una película donde Ben Kingsley −creo que su título es Casa de arena y niebla−, donde el actor personifica a un torturador alejado de su oficio, exonerado por el olvido aparente y la impunidad, que en su casa recibe a unos accidentados o perdidos, y entre ellos está una mujer a la que torturó, pero como ha transcurrido mucho tiempo le costó trabajo reconocer.
Después de puestas a la luz las identidades, se inicia ese terrible diálogo entre víctima y victimario, a una velocidad superior a la de la luz, porque se esfuerzan para encontrar una justificación a las actitudes y responsabilidades de los actos que los unieron para crear dolor y padecerlo.
La tortura no se planifica en las oficinas de seguridad nacional ni en los grupos antiterroristas; no, ahora la tortura es ajena al dolor físico, pero no al horror, puede ser parte de la manera en que se conciben esas políticas públicas que empobrecen y nulifican, lo que no es privativo de México, sino que se practica en todo el mundo.
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AMN.MX/gom