Gregorio Ortega Molina/
¿Es fácil robar quinientos pesos a un policía federal? ¿Cuántos se necesitan para someter a un hombre maduro, en pleno uso de sus facultades y perfectamente entrenado para imponer orden?
El arresto y encarcelamiento -casi tres meses ya- de Jacqueline Selene Santana López y de Bryan Reyes Rodríguez, aparentemente estudiantes ejemplares y ajenos a la violencia y marginalidad legal de los narcos, suscita las preguntas anteriores y otras, sin respuesta.
Busco a Ricardo Nájera, factótum de la relación entre la prensa y el poder y que sirve como enlace en la PGJDF, se muestra ajeno -quizá porque lo interrumpí en mal momento, pues fue el día previo al salto del tigre dado por el Poder Judicial de esta ciudad, al sistema penal acusatorio y a la oralidad- a mis inquietudes y, de plano, me remitió al juez porque ellos, la autoridad de procuración de justicia, ya no tienen el caso en sus manos.
Nada se puede saber de la averiguación previa, mucho menos de la acusación formulada por el quejoso, a quien -dadas las condiciones de la economía- le hacen mucha falta los quinientos pesos que, dice él, le sustrajeron con males artes Selene y Bryan.
Imposible eludir el establecimiento de analogías. Pienso, entonces, en el trato dado a Rafael Olvera, quien mereció un sobre aviso, para prevenirlo de que iban por él; tengo viva la imagen de Amado Yáñez, en su prisión paradisiaca de Acapulco, al menos durante el primer tramo de su inseguro camino hacia la exoneración; ni qué decir de Gastón Azcárraga, disfrutando del fraude hecho con la quiebra de Mexicana de Aviación, y su exilio dorado en Nueva York. ¡Vamos!, la cereza del pastel, la exoneración de Raúl Salinas. Todo lo anterior es administrar justicia al estilo mexicano.
Pero Selene y Bryan, ni hablar, a joderse, porque tuvieron la mala suerte de ponerse con Sansón a las patadas, disfrazado de policía federal, o de juez, o de sistema jurisdiccional vicioso y corrupto, en el que los barones del dinero, los que pueden pagar su impunidad, disfrutan al llevarse cientos o miles de millones, pero ¿quinientos pesos? ¡Ni hablar!
Tampoco se tratan de que los exoneren, así nomás, sino de que el policía federal diga la verdad o, si tiene razón y fue robado, medite en si vale la pena pudrir un futuro en la cárcel, en lugar de sumarse a luchar contra la impunidad.