Gregorio Ortega Molina/
Hay libros que le llegan a uno a tiempo. Un amigo puso en mis manos Anatomía de un instante, donde Javier Cercas dilucida, para la historia y para el lector interesado, el papel de Adolfo Suárez en la transición española a la democracia.
El jovencísimo presidente del gobierno post Franco, el ex falangista, estableció como meta -por accidente o por cálculo- transformar a su país; para lograrlo engañó a todos: a los militares, a los comunistas, a los franquistas, a los socialistas. Los llevó al Pacto de la Moncloa, para después hacer lo que a él, históricamente, le correspondió construir para facilitar, así, que sus gobernados dieran la espalda a un ominoso pasado.
En este país no ha habido transición, porque le temen, porque modificaría acuerdos y privilegios, porque daría al traste con la partidocracia y pondría en su justo lugar a los poderes fácticos; se llenan la boca cuando hablan de la alternancia, cuando el cambio de siglas sólo significo la continuidad del mal endémico que es necesario combatir: corrupción e impunidad.
Escribe Cercas: “…al menos en este punto la historia le ha dado la razón a Carrillo… es el gesto de un hombre que tras haber combatido a muerte la democracia la construye como quien expía un error de juventud, que la construye destruyendo sus propias ideas, que la construye negando a los suyos y negándose a sí mismo…”.
Supongo -porque nunca he estado en el centro del poder, nunca lo he ejercido- que así como se establecen acuerdos básicos a través de un pacto social, el funcionamiento del gobierno se garantiza con otro tipo de pactos, que pudieron ser funcionales durante muchos años, pero cuya observancia, hoy, tiene a este país arrinconado en un impasse: ni restauración, ni transición.
Quien emprenda la recuperación del Estado, quien inicie su reconstrucción, quien lo rediseñe como líder de un grupo de mexicanos que lo apoyen, antes debe transformarse él mismo y, como Carrillo o Suárez, negar a los correligionarios y la ideología, porque lo que ha de ofrecerse es una nueva opción de convivencia política, nuevas reglas del juego para el pacto social, nuevas oportunidades para que el Poder Judicial de la Federación asuma su responsabilidad de Estado y deje de ser cómplice del gobierno.
Pero es una utopía, porque en el Poder Legislativo se atora la Ley anticorrupción, la Fiscalía, la posibilidad de un nuevo amanecer.