Gregorio Ortega Molina/
La mayoría de los analistas parte del supuesto de que todo acto de corrupción es pecuniario. Error. Efectivamente, en un punto lejano o cercano, termina por traducirse en dinero, pero corromper y corromperse es, fundamentalmente, un acto de poder, incluso cuando se trata de conflicto de intereses y se trafica la influencia exclusivamente en el ámbito privado.
Hay actos de corrupción que modifican la actitud en negligencia, en voracidad, en ese sutil comportamiento que involucra el ninguneo y la aptitud de mandar.
Todos, en algún momento, hemos leído reportajes sobre cómo los policías son responsables del mantenimiento de las patrullas que tienen a su cargo, si es que no quieren andar a pie; es un secreto a voces que ellos han de proveer de los cartuchos necesarios a su arma de reglamento.
En cuanto al chofer del camión de basura y su tripulación, se sabe que son responsables del buen funcionamiento de la unidad a su cargo, incluida la compra de refacciones.
Dadas las condiciones de la economía y la subcontratación, ¿es posible que las distribuidoras de gas hagan responsables a los choferes y ayudantes del buen mantenimiento de las pipas, con el riesgo que ello implica? ¿Cómo es posible que, hasta el momento, el único que aparezca como responsable de la tragedia de Cuajimalpa, que destruyó el hospital materno infantil, sea un chofer y no el responsable de supervisar, dentro de la empresa o desde el gobierno, el buen funcionamiento de esos transportes, o el o los propietarios de Gas Express Nieto?
El problema, como de costumbre y como se advierte en la columna de ayer, es la impunidad, porque la corrupción puede manifestarse de mil y una maneras, puede causar estragos y tener terribles consecuencias para el desarrollo y el buen desempeño de la vida en sociedad, y nada podrá hacerse para combatirla, si los voraces e impunes resultan impunes por corromper.
Si una tragedia en la cual resulta fácil obtener elementos probatorios -como lo es una explosión de gas en una pipa que no se consumió, como sí ocurrió con el hospital- resulta imposible de penalizar por la falta de transparencia, la corrupción y la impunidad, ¿qué no puede suceder cuando corromper y corromperse es parte intrínseca del arte de gobernar?
Pero no nos equivoquemos, la corrupción es de ida y vuelta y no tiene su origen en el quehacer político, al menos exclusivamente, porque son los empresarios los que mueren por corromper, para satisfacer su voracidad y ocultar su negligencia.