Gregorio Ortega Molina/
Dios los hace y ellos se juntan. Los conocimientos de política exterior de Jorge G. Castañeda sólo pudieron corresponderse con la inteligencia que distinguió a Vicente Fox para ejercer el poder. Una frase expresa el resultado de esa complicidad: “Comes… y te vas”.
Castañeda es un intelectual de medio pelo, navegó con suerte y cayó parado. Para incursionar en política, lo mejor que pudo ocurrirle fue su muy estrecha relación con Elba Esther Gordillo. Ella lo catapultó, desde el grupo San Ángel, a las grandes ligas.
En algún momento lo entrevisté para unomásuno. Fernando Ramírez de Aguilar me preguntó cómo había convencido a Luis Gutiérrez y Bernardo González para que la publicaran. Lo hicieron, sí, pero a ocho puntos. Las fobias entre grupos del periodismo y la intelectualidad mexicana tienen visos de eternidad.
Ahora, después de Amarres perros y en el afán de alcanzar notoriedad a cualquier costo, hace pública información suya que nadie le pidió y nadie le agradece, pero que lo pone a tiro de los secuestradores y extorsionadores. Transcribo parte de su texto aparecido en Milenio del último 16 de febrero:
“3. Antes y después de entrar a la SRE, como relato en Amarres perros, me gano bien la vida. Pude dejar el cargo cuando quise y vivir mejor fuera del presupuesto que dentro. En 2013, último año en que hice una declaración anual -no sé si los troles sepan que las declaraciones anuales se presentan en abril, ya que no pagan impuestos, no tienen ingresos, no trabajan-, declaré un ingreso anual total de 7,536,540 de PM: al tipo de cambio de entonces, unos US $600,000. La hipoteca corresponde a 3.5% de mi ingreso mensual.
“4. El departamento que ocupo en NY, como lo describo en Amarres perros (pág. 621), es propiedad de la Universidad de Nueva York. Pago una renta subsidiada de 2,700 dólares al mes hace 17 años, y esa prestación forma parte de un paquete generoso que la Universidad me ofrece. Seguramente NYU y mis múltiples otros empleadores, empezando por MILENIO, no saben lo que los troles: qué idiotas son por pagarme tanto. ¿O será que estos tontitos además de su estulticia e ignorancia, padecen una severa dosis de envidia?”
¿Alguien puede envidiarlo? Supongo que sí, pues siempre hay un roto para un descosido. Pero esa no es la pregunta que él mismo debe hacerse, sino cuestionarse acerca de lo que trascenderá de su obra política y de su trabajo de ensayista. Quizá todo desaparezca cuando él deje de figurar, porque ya está muerto.