Gregorio Ortega Molina/
Las diferencias se ensancharon, magnificaron y aparecen insalvables, como lo muestra la publicitada fotografía de John Kerry con José Antonio Meade; está tomada en el escenario de la última cumbre iberoamericana, cuyo resultado fue una palmadita verbal de Barack Obama a la espalda de Enrique Peña Nieto.
Es significativo el hecho de que se eligiera dicha imagen para subrayar los efectos de la nueva relación entre Estados Unidos y México, enmarcada en el resultado legislativo de las reformas estructurales, pero a las que faltan el entusiasmo de los mexicanos que han de ponerlas en marcha, y el dinero de los inversionistas, atemorizados por la inseguridad pública y la amenaza de los cárteles a los barones del dinero, que se ven obligados a negociar con los capos en aquellos lugares donde la autoridad constitucional les entregó la plaza. Así ocurre con los mineros de Sinaloa.
“Sería una lástima -expresa mi Demonio de Sócrates, que ahora se mueve en el ámbito de la colonia Cuauhtémoc, donde nos encontramos a conversar-, para el arte de la fotografía y la perfidia de la publicidad, que la divulgación de la fotografía fuese un espontáneo resultado de la necesidad periodística o del azar, en lugar de ser el fruto prohibido y perverso de una alta cultura y nuevas formas de hacer política”; medito en lo escuchado, sólo queda concederle la razón.
¿Por qué? Porque el mundo en el que ahora incursiona el gobierno mexicano para facilitar los negocios a los poderes fácticos que lo atosigan, es absolutamente distinto al que permitió brillar a Genaro Estrada, al que facilitó que Adolfo López Mateos abriera México, en una continuidad lógica a lo hecho por Miguel Alemán y momentáneamente interrumpida por Adolfo Ruiz Cortines.
La entelequia del Tercer Mundo cedió a la realidad del libre mercado; la política del buen vecino fue sustituida por la integración, y la idea absurda de que los mexicanos administrarían la abundancia, se perdió ante la trampa de la deuda externa mil millonaria y el empuje de la globalización, que sustituyó conceptos como patria y soberanía, por el vacío.
La diferencia de estatura entre Meade y Kerry equivale a las asimetrías globales entre México y Estados Unidos. Nada podrá hacerse para emparejar el piso, para que la duela del partido de básquet permita a los “socios” competir por el mercado en condiciones de igualdad.
Raúl Castro cree que ya la hizo, que su reclamo de que era hora de que hablara en ese foro, sólo es el estertor final de un proyecto de dignidad complementado con hambre y humillación impuestas desde la Casa de Representantes y desde los residuos ideológicos de los cubanos residentes en Florida.
Para darse cuenta de su error, debe enmarcar y tener en su oficina, la foto de Meade con Kerry.