Gregorio Ortega Molina/
En las peores pesadillas aparecen las primeras cabezas cercenadas, ruedan sobre la pista de baile de una discoteca, en Apatzingán. Allí se manifestó, de inicio, la violencia que los políticos, hoy, se muestran incapaces de detener.
Desde hace 10 días circulan opiniones encontradas sobre un operativo, en él la policía federal parece ejecutar civiles, encarnados como autodefensas. La controversia resultante de la investigación la suscitó un video que-dicen unos- muestra la realidad, o -dicen otros: Alfredo Castillo y el padre Goyo- está trucado para desacreditar a la autoridad, al proceso de pacificación en Michoacán.
Así como la “investigación” judicial y judicial militar del caso Tlatlaya únicamente encuentra culpables a los militares de menor rango, de igual manera ocurrirá con los sucesos de Apatzingán, pues sólo los policías federales que nada representan como compromiso del poder, serán los indiciados y llevados a un juicio mediático, primero, y después sancionados por la administración de justicia; el verdadero responsable, Alfredo Castillo -como Comisionado y última autoridad ante la cual reportar- se dedicará, ahora, a administrar la Conade; buscará deportistas que representen a México en la Olimpiada de 2016.
El momentáneo destino político de Alfredo Castillo muestra lo perverso del presidencialismo mexicano, de esa partidocracia que se niega a ceder un ápice de poder y es capaz de disfrazarse de democracia participativa, cuando en realidad lo que ocurre es la acotación de las libertades y el cumplimiento, a rajatabla, de los compromisos adquiridos cuando se trata de preservar al poder de la ignominia del juicio político, del desafuero, de la sanción legal y política merecidas por la corrupción y las normas que garantizan impunidad, impuestas verticalmente.
Como reza la muletilla futbolera de Enrique “El Perro” Bermúdez de la Serna, allá en la Conade, en el rincón donde las arañas tejen su nido y cae el gol, Alfredo Castillo podrá darse tiempo para meditar sobre el caso de Paulette, sobre las triquiñuelas que hizo como Comisionado en Michoacán, y la manera en que resolvió los conflictos económicos y de poder en Lázaro Cárdenas, donde se dirimió la creación de algunas fortunas.
Con el nombramiento de Alfredo Castillo convirtieron a la Comisión Nacional del Deporte en un basurero más podrido y mal oliente que los administrados por Cuauhtémoc Gutiérrez, porque los muertos políticos apestan antes de tres días, y porque allí, en la sede del deporte, se esconderán los secretos que obligaron a que el Comisionado abandonara Michoacán.
Gregorio Ortega Molina 