Gregorio Ortega Molina/
¿Qué tiene en la cabeza una persona que moriría gustosa por darse el capricho de tener en su casa una cacatúa, un tigre u otro animal cuya especie está en peligro de extinción? ¿Qué significa exhibirse con esos animales y pedir que lo fotografíen, o tomarse una “selfie”?
Leí con interés un inquietante reportaje de El Universal -mal explotado periodísticamente, por cierto-; el lector se entera dónde y a qué precio encuentra esa fauna cuya posesión expresa, por lo pronto, la decadencia de su o sus dueños, porque puede ocurrir que sea toda una familia la que se propuso y logró llevar a su hogar una especie animal cuyo comercio está prohibido.
Tanto Theodor Mommsen como Edward Emily Gibbon descubren para el lector, en sus respectivas historias de Roma, el significado de la decadencia del Imperio y cómo se manifestó en la manera de ostentar la posesión de esclavos, animales y joyas. La desgracia para los mexicanos consiste en que esta patria, después de la Independencia, ni siquiera llegó al esplendor de sus pobladores originales, y ya vive en una pendiente que la conduce a la más negra de las decadencias.
Acá, los no va más de la decadencia, esos que -Monsiváis dixit– confunden lo grandioso con lo grandote, se exhiben con joyas, fundamentalmente relojes, y en sus manifestaciones de poder político, ese que cuenta y decide de la vida de las personas, como lo demostró Lady Profeco al truncar el futuro político de su padre.
Aquellos que llevan en la muñeca un millón de pesos o más, o poco menos, sólo demuestran lo menguada que está su virilidad, que ahora necesita verse reforzada con las intervenciones políticas del Poder Judicial de la Federación, pues es allí donde se dirime la manera en que habrán de ocuparse los espacios, redefinidos con el reacomodo de poder que está en proceso y del que aparentemente saldrán triunfantes los partidos y los poderes fácticos, porque así lo reclaman las exigencias de la globalización y el desequilibrio económico.
¿Qué mi apreciación es errónea? Nada más recuerde el lector la manera en que Constancio Carrasco Daza enmendó la plana a Lorenzo Córdoba Vianello con el spot panista impugnado desde Los Pinos; o la manera en que se dirime el conflicto entre el poder y Carmen Aristegui, que la conductora quiere, está urgida de convertir en un contencioso entre ella y los Vargas, o peor, la manera en que sustrajeron a Alondra Luna del seno de su hogar, ante la muda anuencia de una juez.
En la decadencia no todo es animales y joyas, las decisiones políticas y judiciales cuentan más en la ostentación del poder.