Gregorio Ortega Molina/
En menudo entuerto se metieron José Antonio González Anaya, director del IMSS, y Joel Ortega, responsable de la seguridad física de los millones de usuarios del Metro. Ambos escudan su ineficiencia en el error humano, como si echar la culpa a otro o a otros, los eximiera de los resultados y consecuencias totales de lo que sucede en los <<sistemas>> que administran.
Conozco los diversos modelos de salud del Estado desde que Joaquín Álvarez Ordoñez era Vocal Ejecutivo de la Comisión Constructora de la Secretaría de Salubridad; lo mismo he conversado con los altos funcionarios que con médicos, enfermeras, afanadoras y administradores de los hospitales y las clínicas regionales visitadas con motivo de mi trabajo como reportero.
Estuve en Las Margaritas y Simojovel, trasladado en transportes del Ejército; allí atestigüé de la higiene y la responsabilidad con que médicos, enfermeras y todo el personal se comporta en las clínicas y puestos de vacunación, pero, como todos los sabemos, la contaminación por bacterias es muy alta en los quirófanos y en los hospitales; lo padecieron amigos fallecidos a consecuencia de infecciones contraídas durante una operación, le sucedió a Jaime Sabines, cuando hubo de ser intervenido en un hospital de Tuxtla Gutiérrez para arreglarle una pierna fracturada.
A los niños muertos no los operaron de nada, sólo los vacunaron. Claro, quien los vacunó pudo no haberse lavado las manos después de defecar, pudo usar jeringas de segunda mano, pudo revolcar la vacuna en el piso, pero no lo creo, y si así ocurrió, resulta peor la “justificación” encontrada y de más difícil control que una vacuna en mal estado. ¿Dónde ubicar el foco de infección? ¿Qué tipo de bacteria fue? ¿Pudieron ser tratados con antibióticos? Hay más preguntas que respuestas.
Joel Ortega tampoco la tiene fácil. Claro que masa más velocidad amplifican el impacto de los trenes del Metro que, supuestamente, transitaban a 30 kilómetros por hora, pero nada hay que determine ese accidente como error humano.
Para evitar mayores responsabilidades por la falta de mantenimiento de los trenes del Metro, resulta más fácil responsabilizar a los conductores, pues de yerros cometidos por los seres humanos está llena la historia; recurren a ellos porque suponen que políticamente son menos costosos que carecer de una explicación plausible para justificar el crimen en que se convierte no dar el mantenimiento oportuno y adecuado a esas máquinas de precisión y resistencia.
Que piensen en las consecuencias del error humano, porque “destruir es rápido y no cuesta prácticamente nada -escribe Antonio Muñoz Molina-, y además a veces tiene un inmediato impacto visual que la lentitud de la construcción suele hacer imposible. Una secuoya tarda milenios en crecer y puede ser talada con sierras eléctricas en unas pocas horas. A una persona que ha tardado cada uno de los días de su vida en adquirir una fisonomía, una identidad, un tesoro único de experiencia y memoria, se la puede aniquilar en las décimas de un segundo de una explosión o un disparo”, o una vacuna.
Eligieron el error humano para eludir la responsabilidad política y administrativa.