Gregorio Ortega Molina/
Resolver el problema de los jornaleros se complica, porque el suceso de San Quintín es botón de muestra de lo que ocurre en la república y, para colmo, se lee que en el país hay, al menos, 260 mil esclavos, cifra que alcanza para motivar una seria reflexión sobre la necesidad de internacionalizar el conflicto de honor y sobrevivencia que confronta a los campesinos muertos de hambre con los patrones y dueños de las tierras que no cultivan ni cosechan, pero que engrosan sus chequeras.
¿Cómo internacionalizarlo? Sin sangre y sin fuego, sólo con la imaginativa convocatoria, a través de los medios y de las redes sociales, para que los consumidores dejen de adquirir productos cosechados con el sudor, la explotación y la sangre de los mexicanos.
Se ha hecho, recuerden la memorable campaña para boicotear la venta de zapatos tenis marca Nike, fabricados por niños vietnamitas, explotados tanto o más que ahora lo son los triquis exportados de Oaxaca a Baja California. No es gratuito que hayan elegido a esa etnia como mano de obra barata, porque debido a su hambre y la debilidad por el alcohol, son considerados como fáciles para someterlos al engaño y la explotación laboral.
Hace muchos años, en 1971, cuando mi esposa y yo vivimos en Estocolmo, fuimos visitados por un grupo de mujeres en nuestro hogar. Ellas nos solicitaron que nos uniéramos al boicot comercial y dejáramos de comprar leche, porque el incremento en el precio era algo más que exorbitante. Ganaron las amas de casa que buscaron la manera de bajar los precios de un alimento básico para sus familias.
Es importante que la prensa nacional haga suya la causa de los jornaleros, de esos famélicos campesinos que hacen posible que los citadinos satisfagamos nuestros caprichos alimenticios. Es vital, porque “ahora nos da miedo -escribe Antonio Muñoz Molina- abrir el periódico o esperar la hora del noticiero porque no sabemos si nos informarán de que ya no existe lo que creíamos perdurable, de que los billetes que guardamos en la cartera se han quedado sin valor o nuestro puesto de trabajo o nuestros ahorros los ha barrido un viento de desastre, de que iremos a un servicio de urgencias y no habrá un médico que nos atienda (o pueda parirse en el patio trasero de un hospital). Ahora el porvenir de dentro unos días o semanas es una incógnita llena de amenazas y el pasado es un lujo que ya no podemos permitirnos”.
De no apoyar la causa de los jornaleros, los mexicanos estaremos cavando el fracaso de nuestro porvenir, porque no nada más son ellos, sino todos los que, como los conductores del Metro, ganan menos de doscientos pesos diarios.