
*Los adictos magnifican el costo económico, el pago social y el drama humano, porque un consumidor de estupefacientes, al igual que un alcohólico, afecta directamente el entorno familiar, lo desune, lo convierte en víctima de su urgente necesidad de dinero
¿Hace cuánto empezamos a pagar el más alto y dramático costo de las equivocadas decisiones gubernamentales en el combate al narcotráfico? Las muertes son una pérdida total, con consecuencias a corto plazo. El precio corresponde a los deudos pagarlo.
Los adictos magnifican el costo económico, el pago social y el drama humano, porque un consumidor de estupefacientes, al igual que un alcohólico, afecta directamente el entorno familiar, lo desune y lo convierte en víctima de su urgente necesidad de dinero para comprar, de inmediato, esa dosis que por el momento parece mantenerlo en paz.
Al combatir el narcotráfico a sangre y fuego, lo que antes fue un territorio de paso hacia Estados Unidos, hoy es zona de influencia para el tráfico de estupefacientes que no pueden llegar a su destino original: los consumidores del Imperio.

Manuel Mondragón y Kalb nos indica que en los últimos siete años el consumo experimental de drogas ilegales en mujeres aumentó 105% en México; durante 2011 un total de 926 mil mujeres de entre 15 y 65 años manifestaron haber consumido alguna droga al menos una vez en su vida, mientras que este año la cifra aumentó a 3.9 millones.
Algo hacen mal nuestros gobernantes. Al momento del boom petrolero, José López Portillo ofreció hacer lo imposible para evitar la petrolización de la economía, y todavía no salimos de esa ficción que significó para el país el oro negro, convertido en recursos fiscales para vivir en la simulación que nos condujo a la encrucijada en la que estamos, naturalmente ayudados por los gobiernos del cambio.

Los daños colaterales son de espanto: muertes violentas sin fin, secuestros, desaparecidos, trata, prostitución y, lo peor, esa corrupción que se transforma en muerte, porque corromperse mata.
Pero vamos bien, no hay que perder el optimismo, aunque crezca el número de macetas que no pasan del corredor, de los pelagatos y los muertos de hambre. El futuro es promisorio, ¿o no, querido lector?
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