LA COSTUMBRE DEL PODER: Estado y modelo político
Imposible lograr que los corifeos intelectuales de AMLO comprendan que la restauración de la presidencia imperial, se convierte en pesado lastre para el Estado, porque si en su momento fueron simbióticos, hoy son opuestos.
Una nación de 120 millones de habitantes no puede continuar gobernada como una de 35 millones, cuando el milagro mexicano y las facultades metaconstitucionales del presidencialismo todo lo facilitaron. Nada impedía imponer la voluntad de un solo hombre.
Hoy es imposible. Las relaciones entre la sociedad y las instituciones del Estado son divergentes: obedecen a los grupos e intereses que representan, y hay tantos y tan diversos como maneras de vivir. Unos lo hacen con lo que hay, se acomodan a lo que alcanza; otros están instalados en la economía del desperdicio, los menos, pero la distancia recorrida entre uno y otro extremo conlleva matices, condiciones, exigencias, diversidad ideológica, sexual y política, ya no digamos religiosa. El monolitismo católico se agotó.
El corporativismo, que fue correa de transmisión de ese omnímodo poder presidencial, quedó totalmente desarticulado, ya ni la CNTE escucha y se alinea a la voz de AMLO; los otros factores de poder fueron desplazados por los poderes fácticos, y éstos van a lo suyo, poco los interesa el Estado, y mucho menos el gobierno. Reordenar la vida de las instituciones requiere inaugurar caminos, ofertar alternativas y nuevas soluciones. Son una tontera las proyectadas nuevas centrales obreras.
Pero no quieren la reforma del Estado, le temen, porque sería conminarlos a entrar a un mundo que no comprenden, como tampoco entienden que culminó esa época en que el poder no se comparte. Reordenar a México pasa por hacerlo con las instituciones y por sustituir los rescoldos del presidencialismo imperial por el presidencialismo parlamentario, a través de una reforma del Estado que nos conduzca a la IV República. Olvídense de la faramalla de la 4T.