LA COSTUMBRE DEL PODER: El peso del dinero
Los barones del dinero y los administradores públicos caminan de la mano, rara vez rompen los entendimientos y acuerdos logrados por una vida común, manifestada en la legalidad de lo que emprenden, o en las complicidades de lo que les exige una realidad y un poder supranacional. O las equivocaciones de ambos.
Enumerar lo que recuerdo se reduce a cómo la Comisión Nacional Tripartita se tambaleó con la ejecución de Eugenio Garza Sada (aún duelen las cicatrices dejadas en ciertos grupos); los acuerdos de López Portillo con los empresarios, labrados en la euforia de la administración de la abundancia, se fueron al traste con la estatización bancaria: los saqueadores de dólares tuvieron perfectamente documentadas las ventas de petróleo en el mercado “spot” holandés; Miguel de la Madrid debió reducir el tamaño del Estado, con lo que amamantó los nacientes poderes fácticos y, además, cedió espacio en la república a la delincuencia organizada, concretamente a los barones de la droga, por ello la DEA-CIA decidieron ejecutar a Enrique “Kiki” Camarena Salazar.
Los gobiernos panistas no lograron acuerdos memorables con los empresarios, aunque sí algunas complicidades, como ocurrió en Pemex e Infonavit. Los hijos de Marthita y algunos empleados de Felipe, o los hermanos de Margarita, podrían documentarlas.
El gobierno de Enrique Peña Nieto se desfondó por las consecuencias de la corrupción; todos sabemos dónde se alinean los triunfadores.
Suponer que el Consejo Mexicano de Negocios será un éxito queda en eso, una suposición: los encuentros y desencuentros entre barones del dinero y políticos que no observan el mandato constitucional, siempre han resultado onerosos a los mexicanos de a pie, y lo que se anuncia no permite verlo como una excepción. La calificada como minoría rapaz sabe bien guardar los agravios, para hacerlos relucir en el momento oportuno, que con la actitud de las calificadoras empieza a relamerse los colmillos.