La Costumbre del Poder: El valor de la economía negra I/II

  Gregorio Ortega Molina 17 de marzo de 2021 – 00:12 CE


 *Si no hay delaciones tampoco puede sostenerse la seguridad pública. Se establecen acuerdos mudos y se ponen límites a los delitos que, hasta cierto punto, pueden ser tolerados. Los delincuentes saben que, si transgreden lo pactado, con toda certeza se los cargará “el pintor”. No es venganza ni saldo de cuentas pendientes, es un llamado al orden para restablecerlo




¿Puede calcularse el verdadero valor de esa economía que nadie quiere reconocer, pero que todos necesitan y, además, se sirven de ella? Tiene dos vertientes. La de la delincuencia organizada, y la que produce el comercio informal y, de una u otra manera, entrega “dádivas” a las autoridades de las ciudades y los países donde opera, lo mismo Ciudad de México que París o Nueva York. No todos los puestos en la calle están registrados ni pagan permisos o impuestos.

     El presidente de México lo sabe bien. Se lo reportaron Martí Batres y René Bejarano. El comercio informal, ese de las tortas de tamal, las gorditas, la venta de artículos pirata, los menudistas del Metro, durante la primera década del siglo XXI dejó a las autoridades de la hoy Ciudad de México, 30 mil millones de pesos anuales. ¿Cuál es la cifra once años después?

     Los gobiernos de todas las ciudades y naciones tienen operadores de seguridad y políticos que no aparecen en nómina, distan mucho de ser burócratas normales, pero reciben su salario puntualmente, y no es menor. Obvio, las cantidades varían, los que no entregan resultados son despedidos. Los sistemas de control sobre la sociedad son más o menos eficientes.

     Alguien que sabe cómo opera este sistema marginal me narró (con lo súplica de omitir nombres) que, sólo la tarde del día señalado le avisaban, a su celular, lugar y hora donde recibía su “lanita”. Nunca fue el mismo lugar, variaba de zona delegacional y colonia, pero el enviado -siempre el mismo- llegaba puntual a la cita, con una maleta “choncha”, y a cada cual le entregaba la suyo. Siempre era muy entrada la noche, quizá ya en la madrugada.

     Dicho operativo -sostenido con el dinero del comercio informal y los entres de la delincuencia organizada- les permitía estar al tanto de lugares de los burdeles y número de trabajadoras sexuales; sitio de los antros clandestinos; operación de las casas de juego con horario y días de descanso; narcotienditas y narcomenudeo, domicilio de los extorsionadores y números de celulares de los que extorsionan desde los reclusorios.

     Nada nuevo bajo el sol. Si no hay delaciones tampoco puede sostenerse la seguridad pública. Se establecen acuerdos mudos y se ponen límites a los delitos que, hasta cierto punto, pueden ser tolerados. Los delincuentes saben que, si transgreden lo pactado, con toda certeza se los cargará “el pintor”. No es venganza ni saldo de cuentas pendientes, es un llamado al orden para restablecerlo.

     En este tema no debemos asombrarnos. Así se opera porque es una ciudad con 20 millones de habitantes, incluido el Valle de México, que tiene más delincuentes que policías; estamos en el umbral del caso generalizado porque las autoridades son inferiores en número ante la suma de las pandillas urbanas. No es una suposición, es un hecho.

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HUMBERTO MUSACCHIO Gregorio Ortega es de los pocos escritores mexicanos que han optado por la edición de internet. Primero publicó o subió la novela Febronio y sus fantasmas que en edición Kindle (https://goo.gl/q0mJyj) tiene un precio de 129 pesos con 98 centavos. Ahora acaba de poner en el espacio virtual, al mismo precio de la anterior, otras dos novelas: Sísifo, santo patrono de los periodistas. Narco, guerrilla y poder (https://goo.gl/QNo1aX) y La rebelión del obispo. Ni los vio ni los oyó (https://goo.glMmYZMv). La primera trata del sexenio de José López Portillo y la relación entre el gobierno y los orígenes del narcotráfico, en tanto que la última versa en torno al obispo Samuel Ruiz García, el subcomandante Marcos y Carlos Salinas de Gortari.
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